Cuando lees que las listas elaboradas por muchas webs gastronómicas empiezan con un «Las mejores diez… (póngase aquí lo que se quiera) de (póngase aquí cualquier ciudad) a mí siempre me ha sonado a cierta osadía, qué quieres que te diga.
Que sí, que lo sé, que al ser humano, y eso está comprobado científicamente, nos encantan las listas, todo ordenadito, vale, pero en la mayoría de los casos no conocemos a quién lo escribe o qué criterios ha seguido para aseverar con tanta rotundidad frases tan sobadas como: «Las croquetas como las que hacía tu abuela» o «¡En este local vas a comer mejor que en casa!» (conozco a muchos que, con poco, esa se frase se reafirma).
Además, el autor/autora del artículo no me creo que haya estado en los 254 bares en los que, por ejemplo, se comen los mejores callos a la madrileña, como para determinarlo con tanta rotundidad.
Aquí te pongo tres sitios que a mí me gustan en Cuenca por algo en particular, pero sin pontificar, nunca diría que «la mejor…. de Cuenca», así que me aventuro a que mi criterio pueda valerte (no tengo hojas de reclamaciones).
Porque como en el chiste de los vascos… «¡Aquí venimos a por setas o a por Rolex, Patxi!».
Te pido disculpas si estoy a dos años luz (a peor, por supuesto) de tu criterio.
Pero, allá va.
1. Pincho de Tortilla de patata: y déjate del típico «con cebolla o sin cebolla»
Porque realmente en este bar está magnífico este pincho y ni te vas a acordar de cuál te gustaba más, con o sin. Ese dilema no te lo vas a plantear cuando la pidas, porque te va a dar igual.
El pincho de tortilla del Bar San Julián es espectacular. El número de tortillas que hacen debe de ser proporcional al tremendo trasiego que tiene el local a la hora del almuerzo, así que, saca codos —con educación— y hazte hueco, porque merece la pena.
Yo no sé si tienen una hormigonera dentro batiendo huevos, porque la cantidad de excelentes tortillas al día que sacan es casi mareante. La cocinera tendría que estar dando clases de organización en pequeños espacios a tanto masterchef de pacotilla.
Del resto de pinchos no te puedo hablar porque yo ya me hecho un talibán de su pincho de tortilla (lo ves, también a mí me pasa) y ya me lo ponen cuando voy con mi amigo Miguel Ángel.
2. ¿Quieres brasa…?, pues toma brasa
Si por un casual, improbable lector, eres de esos influencers que marcan tendencia (aunque solo tengas 4 seguidores), caes por Cuenca y te apetece comer bien a la brasa, en el Mesón Herminio no sé si te harás muchos selfies, pero, desde luego, vas a comer mejor de lo que imaginas (y dejarás el móvil en paz).
La cabeza se te girará 45º a la derecha cuando vayas a almorzar o a comer para escanear la carne que está sudando sobre la brasa. Créeme.
Yo, como el perro de Pavlov, empiezo a salivar. Avisado quedas.
Mis bocatas favoritos: panceta a la brasa y el de butifarra. Como diría un cuñao: «100 % libres de tonterías».
Ah, y un menú por 14 euros que ya les gustaría a otros menús al doble de precio estar tan buenos.
3. Ensaladilla rusa entre cubatas (y tan rebién)
Si te comentaba antes que soy filopinchotortillista, también te digo que soy filoensaladillista.
En Cuenca hay varios lugares en los que se respeta la elaboración de esta rica ración (no te los digo todos, que me quedo sin material para futuros artículos).
Sí, cierto, en otros bares de Cuenca solo les falta poner en la carta «Ración de ensaladilla Findus con mayonesa Calvé).
Tú ya sabe, hedmano.
Pero un sitio que me ha llamado la atención por lo bien que trata la ensaladilla rusa es un pseudonuevo local que es más de tardeo (esta palabra tan española ha sustituido en Cuenca a la de afterwork, que somos muy auténticos los de Cuenca) y coctelería nocturna.
Me refiero al Tamarama, un crisol de experiencias en las que se combinan cañas, el comentado tardeo y cenas.
Yo, cuando fui, pude constatar esa mixtura de cubateo, música disco y gente cenando…, oye, y tan ricamente, porque la verdad es que no desentona el triunvirato de ese ambiente.
A ver, si vas a cenar a lo romántico con velas, pues a lo mejor no (o sí, quién sabe).
Ojocuidao a su ensaladilla rusa que, cuando vino con un huevo frito coronando a mi querida ración, pues como que me dio un poco cosica.
Y esa primera vacilación, ese nosequé, me confirmó lo ignorante que soy para las novedades gastronómicas («paladar de abuelo», que le llaman), porque, escúchame…, mejor dicho: «léeme», estaba buenísima. Entendí que el huevo frito era la corona de la reina.
Hasta tal punto que el fabuloso tartar que acompañaba nuestro pedido yo creo que hasta tuvo envidia de la prioridad que le dimos a su compañera…
La ensaladilla, me refiero.
Tomo nota, tendremos que probarlos, a Antonio la tortilla, le pirria 😜😘😘